(POR ANDRÉ DUMAS)
¡Oh, calma de provincial… La avenida desierta…
La ciudad duerme, y sueño sentado en mi ventana.
La noche azul; y aromas flotantes en la brisa
la primavera anuncian. En la sombra callada
de la ciudad dormida, se oyen sonar las horas
en distantes relojes. Trasnochadores pasan
buscando sus hogares, y lejos, al oírlos,
los perros andariegos en las tinieblas ladran.
De pronto, en invisible balcón, en el silencio
que la ciudad envuelve, se despierta una flauta,
y su canción tranquila, tiembla, llora y se riega
en ondas en la noche. Es suspiro que pasa,
es un alma oprimida por un dolor sin nombre.
Que a la noche confía sus quejas y sus lágrimas;
es el hondo gemido de un corazón que sufre;
y la canción palpita, y a la sombra azulada
se une con tal dulzura, que arrobado el espíritu
finge que en las tinieblas la noche es la que canta.
¡Oh, tú que huyendo el día confías a la noche
el secreto inviolado del amor de tu alma!
Tú, cuya flauta dice tu pena cual la mía,
también entre las sombras, sin luz, sin esperanza,
hay un ser que turbado, cuando tu voz escucha.
Siente que encuentra un eco cada nota en su alma,
y hasta la aurora el sueño persigue, pero en vano,
porque vibró en la noche la queja de una flauta.
Ismael Enrique Arciniegas

