ILDA

Pálida cual mañana del polo, el talle leve,

del norte ella tenía la atracción dulzura;

todo en tácito acuerdo callaba ante la albura,

como ruido de pasos que se apaga en la nieve.

Su rostro melancólico por raro sortilegio

Guardó desde la infancia como la luz diluída,

algo de la belleza de las sedes sin vida,

y a su lado la risa fue siempre sacrilegio.

En sus ojos, cuál aguas con fulgores de estrellas,

el sueño abogada, como remero inerte;

se impregnaba el misterio lo que tocaba en ella.

Y volviendo sus bucles en sus dedos de rosas,

y sellado sus labios el pudor, fue a la muerte

con el goce supremo de vivir silencio.

Ismael Enrique Arciniegas