SANTA FE

De pobres techos pajizos

Ya Santa Fe no es aldea.

Ya las primeras mujeres

Llegaron de hispana tierra,

Con ellas el trigo.

                                    Elvira

Gutiérrez! Tus manos bellas

Que en Sevilla antes bordaban

Lienzos para las iglesias,

Aquí el primer pan hizo

Que lució en humildes mesas

De bravos cuyo descanso

Era vigilar y guerra.

Todo ha cambiado. Campiñas

Cercanas ya son dehesas.

El trigo en espigas blondas

Al lado del Funza ondea.

Toros, vacas y caballos

Pastan con cabras y ovejas,

Y en torno de los bohíos

Los indios en vez de flechas

La esteva de los arados

Tras de tardos bueyes llevan.

Vegas que el río inundaba

Ya son verdes sementeras,

Y conduciendo rediles

El cuerno en las tardes suena,

Mientras que toque de esquila,

Lentamente entre la niebla,

Se oye en “El Humilladero”

Sobre inclinadas cabezas.

En vez de chozas se alzan,

Con piedras llenando grietas,

Junto a espadañas humildes

Casas de tapia y de teja;

Y ojos negros y radiantes

Asoman detrás de rejas

-Con monogramas de hierro,

Muy altas y sin vidrieras-

Esperando la sonrisa

Y la gentil reverencia

De segundones hispanos

Que a esta altiplanicie llegan

Con blasón y con espada

Y con sonantes espuelas,

Y con la bolsa vacía

Pero con el alma llena

De esperanzas en los cofres

De ricas encomenderas.

Aquiminzaque ya ha muerto

En carnicería horrenda

De caciques.

                                    En la plaza

sus brazos la horca eleva;

Por las calles, entre júbilo,

El Sello Real la Audiencia

Condujo en caballo blanco

Sobre gualdrapa de seda,

Los oidores yendo en torno

En el brazo la rodela,

Y acero en alto. En regiones

Apartada sangre riega

La codicia. Tiende en brazos,

que sayal de tosca tela

Encubren, el crucifijo

Pidiendo amor y clemencia,

Pero en vano: todo cae

Cual muros ante piquetas.

Santa Fe se anima. Es otra.

La Sabana es rica tierra,

Y la vida alegre corre

Entre conventos y fiestas.

Con chambergos, blancas plumas,

Ferreruelos, las espuelas

Doradas sonando; hueco

Calzón, ajustadas medias;

En la manga encajes blancos

Y en el cuello; hebillas hechas

Por artífices, en negros

Zapatos, y a la manera

De Borgoña, levantado

El bigote, y la siniestra

Apoyada en áureo puño

De espada a la lucha presta;

Así desfilan galanes

Apuestos ante las bellas

Más codiciadas entonces

Por su alcurnia y su riqueza,

Y en cuyas pupilas fulge,

En esta remota tierra

El sol que alumbra rosales

En las andaluzas vegas.

Y por la tarde, en la calle

Alegre de «La Carrera»,

La cabalgata. Donceles

Van pasando, de presencia

Airosa, en fuertes caballos

De sevillanas praderas,

De cuidadas crines, ancas

Relucientes, cola negra

Y ojos vivos y ancho pelo;

Y lucen sillas ligeras,

Rojas gualdrapas, estribos

De oro en que la luz destella,

Pretales hechos en Córdoba

Y de seda azules riendas;

Y regresan a la plaza

Para emprender la carrera.

A Tunjuelo. Y después vuelven

De la fila a la cabeza

Los vencedores. En tanto

Ricas basquiñas de seda

Y mangas de blanco punto

Luciendo, y altas peinetas,

Vense en balcones la Olalla

Y Orrego, perla entre perlas,

Las dos Velásquez, las Olmos,

Las Ponces y las Venegas

Y las Montalvos de Lugo,

Las Vergaras y Fonsecas,

Las Cayzedos y las Calvos,

Las Dasmariñas y Ortegas,

Que pidiéndoles permiso

A sus padres, flores riegan

A los vencedores, pero

Con la mirada severa;

Porque así frailes adustos

Lo han ordenado, que velan

Por la virtud recatada

De sus cándidas ovejas.

Anuncibay ha pasado,

Y la Olalla de amor tiembla.

No venció como jinete,

Pero es vencedor ante ella.

Por ese estremecimiento

Se va del balcón y reza.

Llegó el correo de España:

Tres veces al año llega.

Día animado. Al instante

Quedan cerradas las tiendas.

Cartas escritas seis meses

Antes, han venido. Inmensa

Alegría en el semblante

Al pasar algunos muestran:

Los que con ávidos ojos

Han leído, en tosca letra,

Con borrones, talvez lágrimas,

De esposas, felices nuevas,

O de fieles mayordomos

Muy halagadoras cuentas

De vendidas aceitunas;

Otros, malestar y pena

Porque los parientes pobres

Desde españolas aldeas

Exigen envío de oro

Al “tío rico de América»,

Que unas botijas de vino

Vende por cada cuaresma;

Y sardinas y garbanzos,

Y unos bultos de bayeta,

Collares de vidrio, espejos

De bolsillo, falsas perlas,

Camándulas y rosarios,

Que los indios por arvejas

O por maíz o por habas

Con gran alborozo truecan.

De noche, el rosario. En tanto

Todos aguardan la cena,

Y mientras las cuentas pasan,

Amos y esclavos bostezan.

En casas de encomenderos

A veces la Nochebuena

Celébrase. Villancicos,

Buñuelos y panderetas.

Y después la danza alegre

Como final de la fiesta:

En las tarimas sentadas

Las damas, ojos en tierra;

Agitándose nerviosas

Los galanes en las puertas

Esperando «La Chacona»

Rompen su son las vihuelas.

En el amplio salón luce

De esparto reciente estera;

En los muros, alcayatas

Muestran profusión de velas,

Y una lámpara entre vidrios

Del pintado techo cuelga.

De vez en cuando danzantes

Dicen: «Viva mi pareja».

Y humildes esclavos pasan

Dulce horchata con canela,

Masato, veleño y postres

De conventos, en bandejas

Trabajadas con martillo

En plata de nuestras vetas.

¿Y en la calle? A media noche

Ante lamparilla trémula,

Por «Santa Inés», «Santa Bárbara»,

«Las Nieves» o «La Tercera»

Algún embozado asoma…

Otro al que pasa se acerca.

Una celosía se oye

Que con rapidez se cierra;

Un tajo, otro tajo. Evitan

Los aceros que se hieran;

Otros tajos. Los vecinos

Aparecen en las puertas

Envueltos en las cobijas

De sus camas. Vociferan…

Dan gritos en el silencio…

¡Y dos sombras que se alejan!…

O a la luz de opaca luna,

En solitaria calleja,

Ante ventana de hierro,

Una copla malagueña

O algún cantar sevillano,

Cantar que es doliente queja;

Y después, entre la sombra,

¡La quietud santafereña!…

Cuántas veces en la noche

Cuando la lluvia golpea

El techo; cuando los muebles

Crujen, y el viento las puertas

Empuja, y las mariposas

De alas blancas o alas negras

Importunan, dando golpes,

Mientras que vuelan y vuelan,

Sobre el cristal de la lámpara;

Cuántas veces, cuando abierta

Tengo ante mí vieja crónica

Colonial, amarillenta,

Sin que mi errante mirada

En las hojas fijar pueda,

Mi pensamiento a la antigua

Santa Fe, raudo se aleja…

-Soñador? Y quién detiene

A soñadores que sueñan?-

Y voy viendo en el pasado

Que en densa bruma se aleja,

De día, las calles casi

Desiertas, o en una tienda

En voz baja gente habla

Y lo que ocurre comenta;

Un chiste andaluz se oye,

O chanza santafereña,

Que es alfiler que rasguña

O que en sangre a veces entra,

El ingenio y la malicia

Siempre las almas dispuestas;

De buen humor mescolanza

Y laxitud e indolencia…

Y sigue la fantasía,

Siguen en sombras de otra época:

«La mula herrada» en la noche

Haciendo sonar las piedras;

Excomuniones, disputas

Por cortesana etiqueta,

De Virreyes y arzobispos

Cerca del altar reyertas

De encomenderos rapaces;

Un oidor con la cabeza

Sobre el tajo; brujas, duendes;

Del «Corpus» la alegre fiesta

Con espejos en los muros

Y colgaduras de seda;

El palio sobre albas flores;

La custodia, todas perlas

Y diamantes; cabizbajo

El Virrey entre la Audiencia;

En los tendidos balcones

De las casas solariegas

De doña Mariana Prieto,

De Sandovales y Yebras,

De don Javier de Vergara,

Pérez de Manrique y Velas,

Maldonados y Mendozas,

Vense damas y doncellas

De rodillas; en saraos

Fulgor de pupilas negras;

Minués que con abanicos

Van marcando la cadencia.

Mientras que Solís se inclina

Ante su gentil pareja;

Rojos labios que en coloquios

Dicen «corazón» con «zeta»;

Son de campanas de tarde,

«Caños» que en la sombra suenan…

Santos tristes con guitarra,

Una capa… una linterna,

Otra linterna, otra capa

En frío silencio. Y niebla

Y sol o niebla. Plomizo

Cielo, o cielo claro

De honda y gris melancolía

¡Y de aromas de leyenda!…

¡Santa Fe! Qué extraño mundo

De equivocaciones despiertas

En la mente del que a solas

¡Con cosas pasadas sueña!

Ismael Enrique Arciniegas