No me digas (dulce) que soy cruel,
que del convento de monjas
de tu casto pecho y de tu mente tranquila
huyo a la guerra y a las armas.
Es cierto que ahora persigo a una nueva amante,
al primer enemigo en el campo de batalla;
y con una fe más fuerte abrazo
una espada, un caballo, un escudo.
Sin embargo, esta inconstancia es tal
que tú también adorarás;
no podría amarte (querida) tanto,
si te amara no te honraría más.
Ismael Enrique Arciniegas

